Los seres humanos damos muchísimas cosas por sentado o simplemente las ignoramos para que no ocupen espacio en nuestra toma de decisiones. Es una cuestión de supervivencia. No tenemos la capacidad para procesar absolutamente todo lo que ocurre a nuestro alrededor: su origen, características, impacto…
Como sociedad, confiamos en los medios de comunicación y en nuestros líderes de opinión para orientarnos acerca de lo que sí es importante y digno de atender. Sin embargo, las crisis que vivimos actualmente como país y como humanidad, nos dejan ver que quizá la orientación que hemos recibido no ha sido la más adecuada.
Estas crisis son una oportunidad de despertar la consciencia sobre nuestra propia responsabilidad. Somos creadores y alimentadores de un sistema que constantemente nos propone la información incorrecta y los canales inadecuados para verdaderamente poder tomar decisiones con las que podamos convivir.
Las excusas y el origen
La cuarentena por el COVID-19 constituye una oportunidad fundamental para revisarnos como sociedad y cuestionar nuestras prioridades. A mí me ha permitido detenerme y tomar distancia, ver la imagen completa y tomar una decisión más consciente sobre lo que quiero aportar al mundo que me rodea.
Con todo esto en mente y aprovechando el movimiento de los proyectos de 100 días, comencé a crear un espacio en mi Instagram al que llamo “100 ideas de Daniela”. Mi objetivo desde el principio ha sido poner en tela de juicio todas las “verdades” que damos por sentado, despojarnos de esos tatuajes mentales que nos impiden diseñar el mundo que queremos, o al menos uno con el que podamos sentirnos más conformes.
Haber convivido profesionalmente con grandes periodistas de investigación en una etapa temprana de mi vida, me ha hecho comprender y admirar a los muckrakers y, a la vez, observar que quizá rastrillar solamente el estiércol de los sectores de poder, nos vuelve a dejar en un papel de víctimas, en una posición desvalida, poco empoderadora.
De hecho, una de las cosas que me hizo alejarme un poco del periodismo fue esa sensación de observador mudo. Para mí, se convertía en una dinámica frustrante: descubrir algo, publicarlo y luego sentir que no puedes hacer nada al respecto, que lo máximo que puedes lograr es llamar la atención de alguien que sí pueda hacer algo.
¿Cómo es nuestro propio estiércol? ¿Por qué tenemos tanto miedo de verlo? ¿Será solamente el estiércol de los sectores de poder el que nos impide movernos hacia algo mejor?
Víctima y victimario
Años después de esa experiencia, tuve la oportunidad de asistir a un curso de meditación que verdaderamente transformó mi punto de vista. Aprendí que existe una forma más responsable de conducir nuestras vidas y que esa responsabilidad, lejos de rebajarnos, nos empodera.
La perspectiva oriental nos ayuda a observar nuestro propio rol activo dentro de las dinámicas. No pierde tiempo en lo que hizo o dejó de hacer el otro, sino que se concentra en ver hacia adentro. En este proceso no buscamos juzgarnos ni juzgar a nadie, sino observar con auténtica atención, curiosidad, humildad y compasión.
Muchos estudios han demostrado el poder transformador, tanto físico como psíquico, que tiene la meditación en las personas. Desde mi punto de vista, ese poder proviene de la propia consciencia, de descubrir nuestra responsabilidad en el rumbo que toman nuestras vidas, el verdadero poder que tenemos sobre ellas y cómo lo habíamos malgastado antes de conocerlo.
Como sociedad, tenemos ese mismo poder. La dinámica de victimización que vemos entre una víctima y un abusador, podemos verlo entre los sectores victimizados de la sociedad (que calificamos como vulnerables, minoritarios, empobrecidos…) y aquellos que identificamos como “sectores de poder”. Nuestro propio lenguaje nos ha llevado a pensar que estamos a merced de las decisiones de otros. Y creo que un buen comienzo para transformar esa visión reducida e infértil, es comenzar a llamar la atención acerca de nuestro propio lenguaje, nuestras percepciones y prejuicios.
Para poner en tela de juicio conceptos que han calado tan profundo en nuestra sociedad, necesitamos herramientas igual de poderosas. La conceptualización y el diseño han sido los grandes aliados del mercadeo y la publicidad a lo largo de los años.
Las grandes marcas han usado estas herramientas para transmitir sus mensajes, difundir sus perspectivas. Yo quería usarlas para el fin contrario: cuestionar mensajes, cuestionar perspectivas. Mi objetivo no es sobreescribir los tatuajes mentales de mi audiencia, sino ayudarlos a borrar los previos.
Del laboratorio al anaquel
Instagram es una plataforma visual. Hacer scroll hacia abajo o hacia a la derecha es el equivalente actual a caminar por las calles de una metrópoli llena de carteles y signos. La diferencia radica en que esa metrópoli ahora es mundial, por ende, la competencia por el espacio y el tiempo se ha multiplicado. Nuestro nivel de consumo de información es poco sustentable y normalmente consumimos lo que está disponible: comida rápida.
En un contexto en el que la información de calidad no puede ser producida a una velocidad que haga justicia a los hábitos de consumo, decidí producir su génesis y a la vez su antítesis: preguntas de calidad. La información nos interrumpe y nos adormece, por eso la consumimos y desechamos. Las preguntas, por el contrario, nos acompañan y nos retan.
Uso técnicas del diseño de carteles para competir por la atención de mis seguidores. Esas piezas gráficas entablan una primera conversación con mi audiencia. Los golpea, los intriga o los angustia. A través del caption y los stories, expongo algunas perspectivas que contribuyen con el cuestionamiento. Finalmente, planteo una pregunta que consuma y consolida el proceso.
Algo que he disfrutado mucho es ver cómo las personas se toman el tiempo para el debate interno, algo que muchos podrían considerar contrario al comportamiento en redes sociales. Un usuario que ya vio los stories, puede tomarse horas para responder la pregunta planteada. Ese comportamiento lo observo con atención e interés a través de la analítica.
Incluso las preguntas más complejas reciben respuestas. Me complace descubrir que tenemos la capacidad para participar asertivamente en debates ambiciosos, que normalmente dejamos para los diplomáticos o los políticos. Fronteras, políticas migratorias, poder, cultura: no hay problema demasiado complejo. Quizá sí seamos un potencial sector de poder, después de todo.
Quiero que mis usuarios se den cuenta de eso. Quiero provocar a las organizaciones y gobiernos que, en lugar de establecer canales adecuados para el debate abierto, fortalecen la matriz de opinión de que los ciudadanos no estamos en posición de participar.
¿Realmente carecemos de las herramientas necesarias o es un problema de canales y dinámicas? ¿Cuál debe ser el rol de esos líderes? ¿Cuál debe ser el nuestro? ¿Cuál es nuestra responsabilidad?
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